De la Filosofía a la tristeza

Hay ciertas cosas que dependen de nosotros mismos, como nuestros juicios, nuestras tendencias, nuestros deseos y aversiones… Otras hay también que no dependen, como el cuerpo, las riquezas, la reputación… Lo que depende de nosotros es libre por su naturaleza… y, al contrario, lo que no depende de nosotros es servil, despreciable...”

Así empieza el Manuel de Epicteto, texto que descubrí hace un par de semanas gracias al taller de Filosofía para Docentes de la Universidad Panamericana.

Cuando escuché al Maestro hablar de este libro como un verdadero “Manual para la Vida” pensé que era lectura obligada, así que el fin de semana pasado comencé a leerlo. Dejé la edición de Porrúa sobre mi escritorio para echarle un vistazo entre labores. Hoy esa obra tiene, para mi, otro sentido.

19 de septiembre, otra vez

El martes me desperté a las 4.45 de la mañana. Somnolienta y cansada porque Jordy —mi Chihuahua consentido— había estado extrañamente inquieto toda la noche. Debía llegar a dar clase a las siete de la mañana y me encontré con mi veintena de alumnos. Les recordé de la importancia de participar en el simulacro de las 11… era 19 de septiembre y todos los años la fecha me removía, quizá cada vez menos, el temor a los terremotos.

Era un día que estaba lleno de pendientes por resolver, así que volví a casa para empezar a trabajar, pero los ojos se me cerraban. Después del medio día decidí tomar unos minutos para descansar… me quedé dormida.

Me despertó una sacudida increíble, pensé que alguien había saltado sobre la cama y mi esposo me gritó que saliéramos. Tratamos de caminar hacia la puerta de nuestro departamento en el sexto piso, pero el movimiento nos aventaba entre las paredes. Yo me pesqué del marco de una puerta y le pedí a Sergio que cargara a Jordy, se empezaban a caer las cosas. Por un momento pensé que el edificio no aguantaría. Y es que en esos interminables segundos los pensamientos se agolpan sin razón y muy rápidamente: “si aquí no es zona sísmica porqué está tan fuerte”, “es un sexto piso”, “¿dónde estarán mis papás?”, “por eso Jordy no nos dejó dormir”, “esto se va a caer”, “¿dónde está mi celular?”, “que no se desmoronen los edificios de al lado”, “Dios, por favor”.

Aún con algo de movimiento logramos acercarnos a la puerta, yo iba llorando. En la calle se veían algunos vecinos con sus perros. No había luz, ni teléfono, ni internet… al menos el contacto por WhatsApp me permitió saber primero que mis hermanos estaban bien. Luego, empezaron a llegar las malas noticias por todos lados: 19 de septiembre, otra vez.

En ese entonces me aferré a mi Mamá, muy probablemente como lo hice ayer cuando la vi al fin después del temblor. Somos realmente afortunados ¡todos estamos bien! Sin embargo no hemos escapado a las malas noticias de personas cercanas.

Las pérdidas

Primero supimos del fallecimiento de Eber, cliente del Periódico 1900 —fundado por Sergio— y que logró salvar a su familia pero la viga de su puerta se desprendió justo cuando el salía de su casa.

Después supe de mi Maestro de Filosofía, quien perdió su casa y todas sus pertenencias. Es un buen hombre. Lo vi el 19 por la mañana cuando salía de mi clase muy temprano y nos cruzamos en el jardín de la Universidad. Él iba pensativo, viendo un poco al suelo, mientras caminaba pausado con su portafolio al hombro. No quise perturbarlo, aunque hubiera querido decirle que estaba disfrutando mucho el texto de Epicteto y que tenía muchas ganas de encontrarnos en la próxima clase.

Apenas la semana pasada nos compartió que la Filosofía era una preparación para la muerte y así nos invitó a leer El Fedón, un diálogo de Platón sobre el último día de vida de Sócrates. El texto de El Fedón está sobre mi buró… no he podido abrirlo, me causa una enorme tristeza.

Tampoco he podido dormir con todas las luces apagadas y confieso que de vez en cuando lloro cuando pienso en tanta desgracia. Y así estoy de la Filosofía a la tristeza… ojalá que la tristeza me lleve de regreso a la Filosofía.

Sergio, Jordy y yo tratamos de regresar un poco a la rutina hoy… no lo conseguimos del todo. Terminé llorando con la escena de los rescatistas cantando el himno nacional. Ya me apunté como adoptante para mascotas damnificadas y mañana seguramente iremos de nuevo al centro de acopio de la UP.

Me siento profundamente agradecida por todas las muestras de cariño de gente cercana que nos ha preguntado cómo estamos y tengo también la esperanza de una pronta recuperación para todos.

Por lo pronto, no nos queda más que seguir ayudando desde donde estamos, espero esta noche poder empezar a leer a Platón.

Si quieres aportar a través del centro de acopio de la Universidad Panamericana, recomiendo seguir sus necesidades actualizadas en su cuenta de twitter @UPMexico

Por mi parte, trato de darle seguimiento a toda la información que me parece seria y útil en la cuenta @angiedelavega

Un abrazo fraternal desde la Ciudad de México.

Los anti-millennials en el trabajo

El trabajo cambió, comienza la diciendo la propaganda de Zona Jobs, y nos plantea el caso de “Roberto” un anti-millennial.

En el video que acompaña la propuesta, muy bien hecho por cierto, vemos la frustración del protagonista al enfrentarse a situaciones como una oficina pet friendly, el home office, el uso de la bicicleta como transporte y una moda desenfadada en la oficina.

Más allá de su aversión por las selfies y el café de Starbucks vemos a un baby boomer temprano enfadado por el nuevo lenguaje en las oficinas y su incapacidad para adaptarse al cambio. La voz en off nos dice que necesita tiempo, yo pienso que necesita apertura de pensamiento; honestamente no creo que el tiempo le ayude mucho. Sobre todo cuando lo que vemos un Roberto es un claro problema de actitud.

Y no es privativo de los baby boomers, sino también es un fenómeno que podríamos observar en los millennials tratando de tomar el control de las empresas fundadas por sus padres o de los X, que nos hemos quedado en medio de estas dos grandes generaciones tan heterogéneas.

Estoy convencida que el tema generacional es un pretexto para no admitir que las grandes barreras de comunicación están en nosotros y no en las preferencias y modas de cada generación.

Mi propuesta: menos “anti millennials, anti baby boomers, X’s, Y’s…” y más reconciliación desde nuestras diferencias.

 

¿Cómo hablar de salario en una entrevista de trabajo

Hablar de dinero puede convertirse en un verdadero dolor de cabeza. Muchas veces el tema salarial nos lleva a recordar los paradigmas que hemos aprendido desde pequeños en relación con el dinero.

Sin embargo, hablar del salario es más que necesario. De hecho, es la oportunidad para alcanzar un pago adecuado al valor del trabajo que desarrollamos. Mis recomendaciones prácticas para abordar el tema, en el siguiente video de la entrevista que otorgué para el Noticiero MX de Foro TV esta semana:

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